Cincuenta años sin Kazantzakis
Se cumple este año el quincuagésimo aniversario de la muerte del autor cretense, natural de Heraklion, Nikos Kazantzakis (1885- 26 de octubre de 1957), uno de los más grandes que el mundo puede contemplar. Se licenció en Derecho en Atenas y estuvo dos años en París, donde recibió influencias del maestro Bergson, sobre su filosofía de lo irracional y su teoría del impulso vital, y al regresar de nuevo a Grecia se dedica a traducir obras filosóficas. Durante los años siguientes hará varios viajes (Suiza, Rusia) por motivos políticos (repatriar a griegos del Cáucaso). Más tarde permanece en Viena y después en Berlín, donde convive con las dificultades propias de un tiempo de posguerra. De su temporada en Rusia se sentirá inspirado para la creación de su novela Toda-Raba. De esa novela les muestro estos dos fragmentos:
Ha cesado la lluvia. Una fila de patos salvajes pasa, con sus largos cuellos erguidos. Desde lejos, brilla y ríe, entre las altas montañas, el lago azul de Baikal. En la pequeña ciudad de Slubianka, un joven vagabundo harapiento trepa apresuradamente en el tren. Su cabeza está ensangrentada, vocifera y cae en el asiento. El inspector le pide su billete. El vagabundo hurga febrilmente en sus bolsillos y saca un puñado de migas de pan negro; lo aprieta con furor, lo despedaza entre sus manos sucias, llenas de sangre. El pan se convierte pronto en una masa blanda. El vagabundo comienza a modelarla con precipitación. Y he aquí que aparece un cráneo mondo, una naricilla, una boca ancha y sarcástica, ojillos oblicuos, una perilla. El vagabundo se yergue, altivo; ofrece al inspector, en vez del billete, la cabeza de Lenin modelada con el pan. En la horrible mano que la sostiene esa cabeza sonríe con intensa y trémula vida. Todo el vagón se echa a reír. El inspector se enfada; coge rudamente al escultor de Lenin; lo entrega al miliciano que ha acudido. El vagabundo, viendo entonces que Lenin no le sirve de nada, despedaza su obra con furiosa mano y la cara fina del profeta vuelve a ser una masa sangrienta.
- Me recuerda usted al pobre filósofo de la barca. Dijo el barquero: <<¿Conoces la filosofía?>> <>. <<¿No? Entonces has perdido la mitad de tu vida>>. Poco después comienza una furiosa tempestad. << Eh, filósofo - grita el barquero -, ¿sabes nadar?>>. <>. <<¿No? Entonces has perdido tu vida entera>>.
Trad: Hernán del Solar, Ed. Planeta
También viajó por España, y también escribió sobre ella. Precisamente así se llama una de sus obras: España. Y otra también sobre lo mismo es Viva la muerte. En ellas nos habla de distintas ciudades españolas mientras permanecía en nuestro país antes y durante la Guerra Civil, como corresponsal y agudo observador de la realidad del momento. Al leerla apreciamos claramente lo bien que llegó a conocer España:
Córdoba:
Más allá de Toledo, las cadenas montañosas son desnudas, leonadas. Gracia ática y primitivismo árabe. De cuando en cuando, destaca en la cumbre de la más alta colina un castillo medieval, con las murallas medio en ruinas y las puertas de la fortaleza evadidas de su sitio, abiertas y derribadas, los muros cubiertos de una hiedra hambrienta, el último enemigo que logró escalarlos. Frente al pueblo, una pequeña iglesia con un diminuto campanario blanco. A lo lejos, parecía como si fuera un pato alargando el cuello. Las casitas le seguían detrás como patitos caminando ladera abajo. Al pasar velozmente el tren, todo el rebaño tomaba vida y parecía correr precipitadamente en dirección contraria.
Aquí y allá, relucían sobre la tierra roja piedras blancas, como cardos blancos florecidos. Ni una sombra en ninguna parte, todo lleno de una luz cruda y vertical. Entonces, de repente en una cumbre, vi el primer molino de viento. Tieso, con su escudo protegiendo el alado armazón, erguido allí bajo la luz del sol, parecía realmente un guerrero medieval vestido con su casco gris y cubierto con su armadura, presto para el ataque.
¡Con cuánta razón tomó don Quijote a los molinos por gigantes, y cuán castellana era su lógica! En seguida, a la vuelta de la colina, aparecieron otros, todos en línea recta, uno tras otro como un ejército. Al parar en la estación, se oyó de repente el sonido de un profundo arroyuelo cacareando de piedra en piedra, como la risa de Sancho.
Toledo:
Pero cuando llegué a Toledo y empecé a trepar por sus estrechas callejuelas, era una mañana tranquila y agradable. Las mujeres volvían de la famosa plaza árabe, la plaza de Zocodover, con los cestos llenos de verduras y pimientos rojos. Las pesadas campanas de la Catedral resonaban con una voz profunda y cansada. Las casas estaban abiertas, inundadas de luz, y dentro de los fríos patios interiores, las muchachas regaban sus pintadas macetas. Como suele ocurrir, el aterrador contacto con la realidad no se produjo bajo la forma del rayo, de una llamarada de fuego o de una gran idea. Llegó como una suave brisa de primavera.
¡Qué lástima que busquemos ruinas pintorescas y apartados rincones románticos en las ciudades antiguas y famosas, lugares en los que, junto con los demás decorados, nuestra alocada imaginación desearía solazarse con bullicioso regocijo! Es muy difícil contemplar con nuestros propios ojos un lugar cuando un poeta ha pasado por él antes que nosotros. España es el descubrimiento de unos pocos poetas y pintores y de unos cuantos extravagantes turistas. Desde entonces han encendido nuestra imaginación las mantillas, corridas de toros, las castañuelas, los gitanos de Granada, las cerilleras de Sevilla y los jardines de Valencia.
Madrid camina hacia su destrucción 1ª parte:
Cayó la noche. Las nubes escamparon. Las estrellas del otoño parecían enormes, suspendidas sobre Madrid y sus enemigos. Los disparos del cañón se habían interrumpido. Los aeroplanos se habían tumbado, ocultos en sus cuevas. Y los soldados habían encendido fuego para calentarse y cocinar.
¿Cómo podría ahora abandonar Madrid y regresar a Toledo? Observé ávidamente Madrid, envuelto en las brumas de humo del atardecer. Negra y amenazadora, la noche surgía de las entrañas de la tierra, ocultando los jardines, las calles y las casas. Un soldado falangista me dio un panfleto impreso encontrado en la mochila de un rojo que había resultado muerto:
1º Amar a Madrid por encima de todas las cosas.
2º Guardar tu juramento de morir por tu amado Madrid.
3º Bendecir su suelo con tu sangre.
4º Honrar a tus heroicos antepasados que murieron por la Idea.
5º Morir matando.
6º Negarte a entregar tu esposa a los marroquíes.
7º Defender tus libertades con uñas y dientes, hasta el último instante.
8º Luchar con denuedo contra la falsedad y la esclavitud.
9º Expulsar a los salvajes marroquíes de nuestro país.
10º Hacer de Madrid la tumba de Franco.
Mientras leía cuidadosamente los diez mandamientos de los rojos sentí el cálido aliento de alguien que jadeaba a mis espaldas. Cinco o seis marroquíes se hallaban acuclillados en el suelo detrás de mí. Contemplaban Madrid fijamente, con las armas sobre las rodillas. Sus ojos ardían con una codicia inefable. Estaban avistando el Paraíso: una ciudad rica, llena de oro, de sedas, de mujeres y de infieles a los que dar muerte.
Regresé y me eché cerca de la iglesia, entre aquellas dos campanas medio enterradas en la superficie. Cerré los ojos. Un olor a tierra; de cuando en cuando, a lo lejos, bocanadas de aire de los campos cultivados, de las hojas secas caídas, del olor de la madera quemada. Las faenas de aquel día habían pasado al olvido. El día había pasado como un mal sueño. Pero ahora llegaba la noche con su eterno aliento. Oí cómo los soldados cantaban y reían en torno a las hogueras. Tan pronto como salieron las estrellas, los marroquíes entonaron un canto monótono, lleno de pena y de pasión, como el cantar del camellero del Desierto de Arabia. Y de repente, todo este país de España fue como si desapareciera, con sus olivares y sus viñedos, y su grande y desdichada capital que dormitaba junto a nosotros a las orillas del Manzanares. Cuando esta canción del desierto pasó sobre ella la devastó.
Saqué del bolsillo la carta que había encontrado en aquel cadáver en Getafe. Era de una mujer que escribía a su marido, militar, Francisco López. La carta decía así:
"Mi querido Francisco
Había empezado a inquietarme. Me dije a mí misma, algo debe de haberle ocurrido. Pero entonces recibí tu carta, la besé y me puse a gritar de alegría.
Mi querido Francisco, por los periódicos nos hemos enterado de que los nuestros están avanzando y que tú volverás a casita. Siempre estás en mi pensamiento, Francisco, mi Paquito, todo el día, toda la noche.
Te envío un chaleco de lana y dos pares de calcetines. No tengo nada más. Anteayer tía Angélica me envió un poco de mermelada de naranja, te la mando, sé que te gusta, por eso te la envío. Te la mando a ti, maridito mío, para que te la comas y te endulces los labios. Ten cuidado no te resfríes... Piensa en nuestra hija. Ten cuidado, ten cuidado, mi Francisco. Apiádate de nosotros. Aquí, nuestra Carmencita, que quiere también decirte algo. Quiere escribirte ella misma, dice.
(Aquí cambia la escritura. Ahora empiezan unas letras gruesas, desiguales, la mayoría mayúsculas).
Por favor, vuelve, papaíto. ¡Por favor, por favor! Nuestra gata ha tenido cuatro gatitos. Ven a verlos".
Trad: Joaquín Maestre, Ed. Júcar
Nos dejó a un entrañable personaje, infatigable bailarín y un completo vividor: Zorba el griego. Para Zorba compuso una danza el compositor Theodorakis, de la cual les dejé unos vídeos en mi entrada del día 24 de febrero de 2007. De este personaje también se rodó una película (1964) a partir de la novela Vida y hechos de Alexis Zorba (1946). En la novela son abundantes las conversaciones de carácter filosófico entre Zorba y su patrón.
- La culpa es tuya, Zorba - dije por hacerle rabiar -. No tienes fuerzas para concentrar el pensamiento.
- ¿ Acaso lo sé yo, patrón? Depende del modo de ver las cosas. Hay ocasiones en que hasta el mismo sabio Salomón... Mira, un día pasaba yo por una aldehuela. Un viejo abuelo nonagenario estaba plantando un almendro. "¡Eh, padrecito!", le dije, "¿plantando un almendro?" Y él, todo doblado como estaba se vuelve hacia mí y me dijo: "Yo, hijo, obro como si no hubiera de morir nunca". Y yo le respondí: "Obro como si mi muerte fuera inminente". ¿Quién de los dos acertaba, patrón?".
Trad: Roberto Guibourg, Ed. Planeta
Kazantzakis se verá, además, influenciado por Nietzsche, influencia que se notará en su tragedia y que será permanente en toda su obra, en su falta de fe y en la concepción del superhombre. Sufrió angustia metafísica (o existencial), de la que se intentaba liberar a través del conocimiento, de sus viajes o por el contacto con la gente. Una obra que refleja muy bien sus reflexiones y preocupaciones metafísicas es Ascética. La obra comienza de la siguiente manera:
Venimos de un abismo tenebroso; vamos a parar a un abismo tenebroso; al espacio luminoso intermedio llamamos Vida. A
Al punto que nacemos, empieza el regreso; a un mismo tiempo, la partida y el retorno; morimos a cada instante.
Por esto han proclamado muchos: el objeto de la vida es la muerte.
Mas luego que nacemos, comienza el esfuerzo por crear, por componer, por convertir en vida la materia; nacemos a cada instante. Por esto muchos han proclamado: el objeto de la efímera vida es la inmortalidad.
Trad: José Ruiz, Ed. Kyklades
Otra de sus obras más importantes es la Odisea, continuadora de la epopeya homérica del mismo nombre, en la que nos cuenta cómo tras volver a Ítaca, Ulises emprende nuevos viajes: a Esparta, donde rapta a Helena, a Creta y a Egipto, donde vive como asceta en una montaña. Al final navega rumbo hacia el Polo Norte, donde encuentra la muerte y la liberación de la materia. La composición consta de veinticuatro cantos y treinta y tres mil trescientos treinta y tres versos (número simbólico para el autor) en decapentasílabos yámbicos.
También escribió La última tentación de Cristo (1951), a partir de la cual nació hace unos años otra película del mismo nombre. Y también Cristo de nuevo crucificado (1948). El personaje Manolios representa a Cristo, y a causa de defender a los pobres y la justicia será "de nuevo crucificado". En El capitán Mijalis refleja la lucha de los cretenses por su libertad e intenta resucitar el Heraclion de su infancia (también se conoce esta obra con el nombre de Libertad o muerte). También dejó impresiones generales de sus viajes en una obra titulada Viajando (España, Italia, Egipto, el Sinaí, Guerra Civil española, Japón, China e Inglaterra). Se dedicó igualmente al género teatral, con temática muy variada: Melisa, Ioulianós, Promizeas, Capodistrias, Curos o Ziseas, Konstantinos Paleologos, Jristóforos Colombos, Teseo.
Finalmente emprendió un viaje hacia China y Japón, pero estaba enfermo de leucemia y tuvo que retroceder, fue llevado a Friburgo (Alemania) y allí murió. Su tumba está en su ciudad natal, Heraklion, y en su epitafio se puede leer la siguiente frase: "Δεν ελπίζω τίποτα. Δεν φοβάμαι τίποτα. Είμαι λεύτερος = No espero nada. No le tengo miedo a nada. Soy libre".
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