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Filohelenismo // Φιλελληνισμός

Sarmiento desde Aristófanes

  D. F. SARMIENTO DESDE ARISTÓFANES.-

     Por Guillermo R. Gagliardi.-

I.- “Yo tengo muchas plumas en mi tintero”.

  En su artículo “Los Minstrels. Arte Dramático popular americano”, publicado en “El Nacional”, 12-7-1869, recogido en su “Ambas Américas” (Obras Completas, ed. Luz del Dìa, tomo 29) DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO (1811-1888) historia el origen y evolución de la Comedia. Desde los originales títeres, Aristófanes, Plauto, Shakespeare, Moliére hasta el arte negro, religioso, rítmico, que lo fascina y lo relaja de actividades de mayor densidad intelectual y de los ingratos avatares de la política criolla.

El Teatro, “theatrón”, “lugar para contemplar”,  significa en su  alma grande toda una postura vital, una dialéctica expresiva (tal como la estudió en detalle el escritor sarmientista Mauricio Rosenthal en su “S. y el teatro. La musa recóndita del Titán” (1967).

Es esencia de su persona, constante de su biografía espiritual. De ahí  su permanente observación, teoría crítica del hecho teatral, obras, personajes y autores y estilos, desde sus primeros artículos chilenos, sus “Viajes” y sus comentarios de la vejez.

O. Pellettieri, en su “Joven o viejo, pero muy teatral” (Clarín”, 8-9-1988) afirma: “Tanto en su escritura como en su actuación pública, S.  fue teatral (...). Su tendencia a dramatizar la realidad, a amplificarla, a hacerse notar...”.

En el “minstrel”, como el juglar o el mimo, el autor es propio ejecutor, “Y en esto el arte vuelve a sus orígenes. Esquilo, Aristófanes, Plauto, Shakespearte, Moliére, representaban sus propias comedias”.

La “Comedia” (forma del  género dramático, en que el protagonista representa a un ser poco virtuoso, en asuntos cotidianos y que finaliza con un desenlace feliz y con castigos para el anti-héroe) es  un arte aristofanesco en lo fundamental, reconoce el cuyano. “La sociedad actual es el asunto del drama”, “y se acerca a la primitiva comedia griega, en que Sócrates era satirizado en su presencia”.

Arte actualísimo, trashumante, popular y democrático, sigue “los movimientos de la opinión pública”.

Sátira “catártica”, “terapéutica” de asuntos contemporáneos, espontaneidad dinámica, canciones y parodia expresivas, encantan y gozan de su preferencia. (Rosenthal, cit., p. 123 y ss.). Afirma este autor que “El hallazgo de los ‘minstrels’ debió resultar para Sarmiento un acontecimiento singular y profundo” ¿del mismo, con igual título, en Boletín nro. 2 del Instituto S. de Sociología e Historia, 1965).

El artìculo sarmientino, citado al principio, es valorado como “una de las piezas más profundas y definitorias elaboradas por S. Vocacionalmente apasionado por el arte del Teatro, esa cualidad subyacente” (ob. cit., p. 128).

Privilegia  en ese arte, su música estremecedora, “su alegría infantil, su estúpida malicia, su cándida estupidez, su imaginación primitiva”, su mística devota y espíritu farsesco.

Dichos, ocurrencias  y  picardías, al modo de las bufonadas del jocundo y desenfadado autor de “Lysìstrata”. S. es hábil y agudo también para concebir remotas analogías y sutiles comparaciones.

Se identifica en lo más íntimo con este expresionismo vital y terrestre. Y, argentino medular, anhela finalmente un “minstrel americano”, lamentándose que Hilario Ascasubi (1807-1875), valioso escritor criollo, jerarquizador de nuestras Letras autóctonas, poeta-militar-panadero-diplomático, que cantó en versos gauchos  como “Paulino Lucero” contra Rosas, 1846 y contra Urquiza como “Aniceto el Gallo, 1853, no haya dedicado, con la enjundia y riqueza de su arte, a traducirlo en nuestro mundo gaucho, “con su guitarra, sus canciones y pillerías de rancho”.

II. “Hacer la guerra alegremente y educar a través de la risa”.

El nieto Augusto Belin (1854-1936) en su “S. Anecdótico”(1ª ed., Moen, 1905, p. 380-384, y 2ª ed., Saint-Cloud, 1929, p. 324-328) le dedicò sustanciales líneas al humor sarmientesco.  Expresión magna del desborde vital en el autor de “Argirópolis”.  Guerra, Alegrìa, Educación, constituyen los tópicos principales de su humor, y de su genialidad.

(Son irreemplazables, R. H. Castagnino: “Sentidos del humor en S.”, en Boletín de la Academia Argentina de Letras, jul.-dic. 1988, nro.  209-210; Luis Franco: “S. entre dos fuegos”, 1968; R. Lida: “Hacia el humor de S.”, en rev. “Sur”, jul.-dic. 1977, nro. 341).

En 1846 en sabrosa epístola a Saturnino M. de Laspiur (publ. por J. Ottolenghi en su “S. a través de un epistolario”, 1939, y reproducida luego por B. González Arrili en “Epistolario íntimo”, Edic. Cult. Arg., 1963, p. 15), aparece la sarmientesca definición del “buen reír”, eudemonológico, al modo de los héroes de la “Ilíada”, a partir del “recuerdo de impresiones fuertes”, del texto “El desdén con el desdén” del dramaturgo español Agustín Moreto (1618-1669).

“Aquella risa alegre, cordial, eterna”, “para su propia felicidad”, y que “podía apellidarse homérica si fuese tan estrepitosa como la de Aquiles y todos aquellos bárbaros griegos”. Profesa una concepción estética de la risa, que reitera al modo helénico y  especialmente aristofanesco, vgr. en carta a Clara Cortínez, 1-11-1854 (“Epistolario...” cit., p. 24-25): “me gozo”, “en el reír franco y cordial” y alaba primero la gracia, vitalidad y sinceridad aún imperfecta, “más que la beldad acabada  y sin gracia”.

Histrionismo, sarcasmo, franqueza hiperbólica, libertad superlativa en el pensamiento y sus manifestaciones, fueron las consecuencias de esas ideas, integrantes de una personalidad extraordinariamente activa, contraria a lo que llamaba “pensamiento vegetal”, “atavismo”, esa era “la verdad íntima”, ‘the deepest deep’, la mayor hondura de su carácter, según escribe “el albacea de su gloria”. Asombrosamente contradictorio, observa el nieto, “pasaba por autoritario y absolutista y oía la opinión de un niño y se daba el trabajo de convencerlo”.

El llanto y la risa señalaron la riqueza de su peculiar  humanidad. “Era un hombre todo entrañas”. “De ahí también emana la fertilidad de su espíritu, su exhuberancia”.

Vigorosamente “ocurrente y decidor”, “francachón y condescendiente con los jóvenes, terrible con los pícaros, irónico con los necios y entusiasta, exaltado, lírico en su fe profunda por el progreso”. Es la definición de su aristofanismo, los rasgos indelebles del creador griego, que asimilaron su espíritu, alacre y original.

Audacia y valentía cívica de Aristòfanes y Sarmiento. Leopoldo Marechal (1900-1970) en su “Aristófanes contra el demagogo” (“La Nación”, 23-12-1934, publicado en sus  Obras Completas, tomo 5, p. 256), nos informa que “ningún actor de la época quiso decir el papel de Cleón, y  A. en persona tuvo que salir a la escena y decirlo, sin máscara ni disfraz alguno”.

Similar actitud de “soldados de la Libertad”, paradigmas de coraje y definición ciudadanas. Actitud crítica y responsabilidad sin ambages. Al atacar furibunda y a su vez justificadamente, al tirano, de manera pública, por todos los medios de que disponían, uno en su teatro,  el ágora; otro, el nuestro, explosivo en discursos, cartas y artículos periodísticos temerarios.

“Aristófanes, al atacarlo públicamente –observa el autor de “Adán Buenosayres”, loc. cit.- dio muestras de un valor admirable”. “El buen demagogo”, “el Chanchero”, tiene su semejanza parcial en el concepto, en la prosa y pensamiento pasional sarmientino: Bartolomé Mitre (1821-1906),  “apático versificador”, grave y documentado, traductor y poeta recatado, historiador, su enemigo político de la madurez y la vejez. El autor de las extensas biografías de Belgrano y San Martín, en verdad ha sido el humanista liberal  de nuestra historia, el literato, “de carácter linfático”, puesto a soldado y gobernante, en contra de su vocación central.

Para el sanjuanino, Mitre, como el personaje griego, transformado en “Agorácrito”, es el modelo de político popular, “el gran personaje, abundante según Aristófanes,“en audacia, intrigas y maquinaciones”, “oliendo  a mirra y a paz” según  es consagrado al final de la comedia.

  “Oh mortal afortunado –exclama Demóstenes-, de qué felices dotes de gobierno te ha colmado la naturaleza!” Escribe Marechal (ob. cit., p. 258), “y el Chanchero se define: será un buen demagogo, porque le tiene cariño  a ese pobre Demos”. El rival encarnizado de S. es don Juan Manuel de Rosas y su sistema, y luego Mitre, “el demagogo vulgar” y sus aliados. El enemigo de Aristófanes, “el Paflagonio”, Cleón.

El poeta-militar-político, según el ataque sarmiento, impone  “las prácticas oposicionistas”, “el desborde de la prensa, la barra de dos reales al dìa”, “...va a la vanguardia de ‘La Nación’, desmontando todo pudor público, destruyendo toda noción de justicia, de verdad, de decoro” (“Vida de S. El hombre de autoridad” por Manuel Gálvez, 1945, cap. XVI:”La lucha contra el Mitrismo”). Véase la proclama de despedida del Presidente, del 6-10-1874, Obras comp., t. 21.

En su Discurso-Proclama el Presidente convoca a los Conciudadanos a desoír “las sugestiones de embrollones políticos y militares, o de especuladores patrioteros”. Su lema republicano, al modo de los preclaros modelos de la Antigüedad Clásica, consiste  en la imperecedera fórmula “libertad con gobierno, con paz, con constituciones” (J. S. Campobassi, “S. y su época”, 1975, t. II).

En su escrito de 1879, recogido en “Los desfallecimientos y los desvíos” traza esa mitología y propedéutica a una semiología de la comicidad: “Reímos por el contraste entre la imagen aparente y la realidad”. “Los antiguos,  que todo lo han sospechado, han llamado jovialidad a esta predisposición del ánimo, de Jove, Júpiter, el padre de los Dioses, que la poseía en grado sublime. Se reía en el Olimpo, de las bellaquerías de los partidos en que estaban divididos los Dioses, con motivo de la guerra de Troya”. Tiene el culto estético y ético de la risa, del humor político.

“La risa contiene más enseñanza que la nieve. “.  Ahonda aún más, propone una Eudemonología de la risa. Sugiere una teoría política, basada en el trípode de la Crítica, la Burla y el Desenmascaramiento: “Hemos de reír, pues, y haremos, si podemos, que ría el pueblo de toda esta algazara, de aquellas cóleras fingidas, de aquel puritanismo de borrachos que declaman, con ojos llorosos, sobre la desmoralización de los demás”.

Notamos en “Las divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira” (1911) del escritor  y periodista Roberto J. Payró (1867-1928)  una especie valiosa de continuación de esta línea de ataque y condena y sarcasmo de tipos de nuestra fauna politiquera.

El humor muy mordaz de Aristófanes subyace (”gran rezongón a semejanza “ de S. según J. C. Ghiano), se actualiza y acriolla en la escritura sarmientina, reconocemos una estirpe jerarquizada.

El mensaje crítico, las urgencias de tono sarmientesco del republicano ejemplar, el “Censor” a lo Catón el Viejo,   y  “Profeta” a lo Moisés,  redivivo en las observaciones satíricas del talentoso creador de “Pago Chico” y “El casamiento de Laucha”,  naturalista y moralista con visos de puritanismo (según advierte E. González Lanuza) sobre las canallerías innúmeras de su personaje, el provinciano  Mauricio Gómez Herrera, en la  sociedad y política argentinas.

(N. V. de Bietti: “El libro belga de P.”, “La Nación”, 27-5-1979; “Rev. Nosotros” selec. y pról. N. Ulla, 1969, p. 124-128; E. G. Lanuza, en Boletín Acad. Arg. de Letras, 167-170, p. 67-75; J. C. Ghiano, “R.P., cronista de la Argentina”, “La Nación”, 2-4-1978).

III. “Tengo muchas plumas en mi tintero...téngola burlona para los tontos. Para los sofistas, para los hipócritas, no tengo pluma; tengo un látigo y uso de él sin piedad”.

Alfonso Reyes (1889-1959) en su “La crítica en la edad ateniense”, con su ingenio y finura habituales, llama a este arte temperamental, cáustico a menudo y desbordante de sinceridad, “literatura con entrañas”.

Escritura absolutamente comprometida con la vida de su época (ob. cit., cap.: “Aristófanes o la polémica del teatro”, Obras Completas, t. 13, Fdo. de Cult. Econ., 1961, p. 123-151).

Como Diceópolis, el personaje de la comedia “Los acarnienses” (425 a.C.; Acarna  era un fértil  “demo” de Ática, la obra predica la Paz y combate contra el Belicismo), Don Domingo se nos aparece como “el pobre sanjuanino agricultor”, “soy sanjuanino, aldeano y nada más”, que ansía una Tebaida (un lugar de solaz, un refugio) de paz para sí y su Patria, pero que se ve obligado, contrariando su naturaleza, a lidiar con las encarnizadas hostilidades y enfrentar  las “musarañas de la vida civilizada”. Franqueza salvaje, nada de ambigüedades, en estas cualidades de Veracidad, de “Parresía”, reside su genio admirabilísimo.

Esta particular genialidad, se extiende entre dos tensiones. Una, catoniana, el sermón doctrinal y severo de moralista tradicional de la República. La otra, aristofanesca, la sátira mordaz contra la demagogia patriotera y el populacherismo inconsútil (línea siempre viva de su rica literatura).

Cleón, el popular político, primer comerciante destacado en la clase política ateniense, muerto en 422 a.C., ridiculizado por el comediógrafo en su “Los Babilonios”, es Rosas. Mitre, denuncia Domingo, es la poesía de la Nación retórica.

Muchos siglos separan una gesta de la otra. El griego con su comedia acusadora del tirano ladrón y astuto (424 a.C.), la sofística engañosa (“Las nubes”, 423), etc. El sanjuanino, con sus polémicas periodísticas contra el sistema rosista primero, luego con sus censuras violentas al juarismo (“El Censor” en la década del 80) y ataques como mazazos a la Patria fenicia.

Apela a la imagen caricaturesca y al denuesto más grueso cuando no a la gracia de expresión y a la alegoría  ácida, para combatir la impostura, la insolidez gubernativa, sin dirección  ética, la ausencia de espíritu cívico.

A S. le es connatural una jocosidad, un vitalismo asombroso, “humorismo orgánico” (según R. Lida). Una alegría de vivir, hacer, escribir, pelear. Un humor irónico, cuando no franco y hasta grosero. En sus Obras, en el tomo 40, se recoge un magnífico y revelador escrito “La conciencia castellana”, donde escribe: “El buen reír, educa y forma el gusto...Jove reía. Los grandes maestros son inmortales risueños. Riamos nosotros, que el buen reír es humano y humaniza la contienda” (1879).

Reconoce el maestro las distintas facetas de su extraordinario estilo literario. Severamente moral en política, crítico en la exposición social, objetivo y racional en pedagogía, humorista en las evocaciones costumbristas, finamente contemplativo en sus descripciones de la naturaleza, cáustico y grotesco en la polémica religiosa....

“Tengo muchas plumas en mi tintero”. Con esta expresión sintetiza su proteiforme

escritura, que aun hoy sigue asombrándonos por su riqueza de contenido y continente, por la fuerza sustantiva de su verbo hacedor, por la temeridad de su intención agónica, por la frecuente ternura de sus encantos afectivos, por la unción religiosa a que asciende su conciencia cívica y su “eros pedagógico”.

“Téngola terrible, justiciera para los malvados poderosos..., encomiástica para los hombres honrados...; severa, lógica, circunspecta para disentir, téngola burlona para los tontos. Para los sofistas, para los hipócritas, no tengo pluma, tengo un látigo y uso de él sin piedad...” (cit. por J. J. Cresto, entre otros, en “Vigencia de S.”, varios autores, 1988, p. 173-174).

IV. “En los Estados Sudamericanos, la palabra Libertad importa sainete ridículo...”.

En un escrito juvenil de S. en “El Mercurio” (14-11-1841), Obras completas, tomo 9, expone una visión aristofanesca de la cuestión de la Libertad en la historia de América.

“La Comedia de la Libertad” como la denomina Mariano José de Larra (1809-1837), epitomiza nuestro destino nacional, que ve  en tiempo de farsa y ritmo tragicómico. Los escritos larrianos inspiran evidentemente su artículo. Pero descubrimos una analogía raigal, la vena del cómico griego, con quien lo parangonamos gustosamente.

“Nosotros pensamos que en los Estados Sudamericanos, la palabra Libertad importa sainete ridículo, melodrama horrible y larguísima comedia que no manifiesta tener fin...”.

Ataca, como las avispas del escritor ateniense, a “esos liberales furibundos”, que traman una “chanza y pasatiempo”. Es el teatro, la oratoria, la apariencia de la Libertad. Es el “negocio de la Patria”.

Aguza su pluma, y  metáfora de la inmoralidad pública.

Grotesco, se expresa vigoroso  en su  “Los caballeros” (424 a. C., ataque frenético al tirano de Atenas, “el morcillero”), retrato profundo de nuestros políticos seudo-democráticos: “Entonces, cantando el Himno Nacional, pasan a los bastidores, mudan su ropaje, antes modesto y democrático, para aparecer en tablas con largos plumajos bordados, medallones...”.

Con mayor acidez, bosqueja  el “salón ministerial bien confortable, (...) en que están los padres conscriptos elegidos libremente por la voluntad de las bayonetas y la coacción, la que se llama sala o Congreso”. “He ahí teatro con bastidores, casa y actores”: relata, sintetiza visualmente y describe con ánimo crítico el proscenio de la falsa República.

El gobierno de la corrupción, la vanidad, la crueldad, la ignorancia, el fariseísmo, la delación, hallan su pintura patética y risible, en la dotada y robusta pluma del periodista sanjuanino.

Sintaxis dinámica, mirada abismal y precisa, incita a la reflexión en todos los tiempos. La libertad, concluye, es una pieza teatral “que desde la eternidad seguiremos viendo representar a nuestros pobres hijos, nietos, biznietos, tataranietos...”.

“Fígaro” es  su maestro ilustre en la crítica social y político-literaria, pero afilando nuestra perspectiva hacia la Antigüedad Clásica, revela su filiación ática, su grácil y a su vez pungente veta aristofanesca analítica. Definitivamente labra  una imperecedera lección de ética cívica.

Elogia S. viejo al joven Eduardo Wilde (1844-1913), médico, encantador escritor y político liberal. Ingenioso y fértil escritor, por su humor, su alacridad, la alegría  y “elegancia demoledora” de su valiosa escritura (artículo consagratorio de “Tiempo perdido”, desde “El Nacional”, 23-6-1878, recogido en Obras de S., tomo 46).

Nos trasmite el gozo de ese arte original y gracioso, helénico, del ocio y la “bella literatura”, que refresca el alma y canta exultante su admiración humanista por la risa inteligente y el estilo desenfadado y libérrima ironía.

“¡Cuando la inteligencia sonríe, hay gloria en las alturas y paz en la tierra para los hombres!” (“S. y E. Wilde”, por J. A. Solari, en su “Días y obras de S.”, 1968). Entre críticas y recuerdos autobiográficos expone brevemente su teoría aristofanesca de la vida política y de la obra literaria: “pelear riendo”. Reflexiona que “La política, la maldita política  ha echado a perder el carácter y el genio argentinos”. Enuncia una sociología del ser argentina, una clave de su lucha histórica: “pelear pero riendo; burlesco sin ofensa; y siempre y eternamente alegre y social”.

Sensible y dúctil, abomina “de la monotonía de lo recto, estrecho y escabroso”. Prefiere la amenidad y el gusto, la  ética asociada a la estética, la seriedad crítica y la intención sana: “introducir un ligero tinte de gusto, de letras, de crítica, sin que lo ensordezca los balidos y los berreos, en la prensa y en el Parlamento, como afirmación de la salud de la República”.

“Necesitamos algo que no sea bueno, ni necesario, ni Constitucional con mil santos, sino de agradable, de graciosa, de humano, con un poco de malo”.

Coincidentemente L. Lugones (1874-1938) en su “Hist. de S.” (1911, cito por ed. Acad. Arg. de Letras, 1988), afirma que “la cualidad dominante de ese batallador es la alegría de vivir que iluminaba al heroísmo griego”, y el “ademán de predicador”  como profeta hebreo.

Era manifestación  “de su ser irradiante, en perpetua situación de docencia” “su mayor proximidad a la burla que a la ironía”, sostiene  el autor de “La guerra gaucha”  y “Romances del Río Seco”.  Concuerda con su persona más la fe robusta en la sátira que el escepticismo  ligero de la ironía. Recta elocuencia, férrea indignación. Moralismo radical de Sarmiento y Aristófanes.

El maestro y pedagogo correntino, reformista y positivista,  J. Alfredo Ferreira (1863-1938 en su “En el Centenario de S. “ (1911) compara el sentido cómico y el ajustado sarcasmo de “Las carpas”. Ingenioso escrito sarmientino nacido de sus encontronazos de 1881 con los miembros del Consejo Nacional de Educación,  trasunta  la similar vitalidad e ironía conceptual del autor griego: “El año 1881 fue destituido de su cargo de Superintendente de Educación a consecuencia de la última gran batalla que libró contra los  ocho  Consejeros que le nombraron para no errar sus palabras. El libro que la registra se llama ‘Las carpas’, y a fe que es digna de una comedia de Aristófanes, de ‘Las Nubes’ o de ‘Las Ranas’, con la ventaja de que aquí se mueven personajes reales, con su propia fisonomía intelectual, con sus trajes del teatro de la vida, y el autor de esta profunda comedia desempeña el papel de protagonista”.

En su Discurso en la Escuela Normal de Mujeres de Montevideo, en 1882 (Obras , t. 22) se referirá puntualmente a ese suceso de su vida pública, tomo 47 de sus Obras).

Admite la ilustre genealogía de su escrito político. “Aristófanes, el creador de la comedia de costumbres, llamó a una de ellas “Los Pájaros”, y la mejor de las que han llegado hasta nosotros ‘Las Nubes’. ¿Por qué no habíamos de llamarles ‘Las Carpas’, a la serie de escritos que el advenimiento al país de (unos)  pececillos provocó, muy gustados a media que iban apareciendo (los artículos y no las carpas), ante un público tan benévolo y malicioso...”. (Léase “Aristófanes contra el demagogo” por L. Marechal, 1934, en su Obra compl., 1998, tomo V, p. 253-259).

Percibe  anticipatoriamente desde el punto de vista histórico el valor,  significado y el significante del Absurdo. Reflexiona sobre el sentido social y la lógica del Absurdo, el humor paradójico,  su influencia en la naturaleza y  en la psicología: “Nada hay que haga más impresión sobre nuestro espíritu que el absurdo. ¿Quién no se queda parado y complacido en presencia de una paradoja?. La antítesis, los dichos chistosos, los proverbios, los anagramas, tienen ese atractivo”.

Modernamente, S. entiende el valor lingüístico del mismo, las condiciones de su emisión y posibilidades de su recepción, sus funciones en el proceso o esquema comunicacional, en el “uso lingüístico”.  Continúa: “Dios nos dio la palabra para ocultar nuestro pensamiento!. ¡Qué pensamiento tan profundo, precisamente porque es la negación del pensamiento que es la palabra misma!”.

Inteligente reflexión de su  vejez, en 1887 en su escrito “La institución municipal”, recogida en su “Condición del extranjero en América”, en el tomo 36 de sus Obras.

Casi una década antes había  esbozado una no menos aguda “Antropología de la Risa”, acudiendo a la raìz griega. En 1879, en su escrito de “El Nacional”, “La conciencia castellana”, en tomo 40 de sus O.Completas. Desde la tradición cultural, dibuja una hermosa apología del genio griego, de su Jovialidad fundamental. “Lo que distingue al hombre, de la creación bruta, es su facultad de reír...El hombre es esencialmente un animal que  ríe”.

El mensaje crítico y burlón de los grandes reidores, la “revolución social”, merece su actualización, desde la lente inmejorable de la vida política moderna. Desde una óptica bipolar, política y trascendentalmente, S.  interpreta originalmente a la inmortal comicidad de Aristófanes, Rabelais y otros ilustres cultores.

“Si hacéis de sus dichos y máximas nuevo estudio como el buey que rumia tranquilamente su alimento”, “las gracias de Aristófanes”, “os suministrarán a cada emergencia, símiles, anécdotas, dichos agudos, revelaciones proféticas y  verdades de a puño”.  Esta teoría sarmientesca, pedagógico-social, de la risa, estableció sus premisas: “la risa contiene más enseñanza que la nieve”, “el buen reír, educa y forma el gusto”, “el buen reír es humano y humaniza la contienda”.  
 
 
 

V. Grotesco y Ancianidad.

Sus postulados humanistas evidentemente se encuentran alejados del estereotipo del sanjuanino, de la estatua incompleta y el floripondio seudo-sarmientófilo: “¿No hacemos, decimos mal, no intentamos al menos hacer un bien, desarrugando si podemos, aquellos ceños torvos e iracundos...”.

S. suele adoptar  una observación grotesca para tramar su propia imagen, en períodos depresivos, de angustia personal y desengaños. Como cuando desde su “prisión conyugal en Yungay, le confiesa a Mitre (1-11-1854, “S.-Mitre. Correspondencia”, ed. 1911, p. 81-81) que se debate entre la falta de entusiasmo y las locas ganas de “ir a Buenos Aires, y tomar ‘mi ronca bocina’”, concluyendo “sufro de verme deforme” sin el calor y la seguridad que eran cualidades  de su  ritmo vital.

 

Aristofanesco, pero seguidamente senequista, relata: “Estaba abatido, y hoy sólo estoy tranquilo”. “Tengo gusto en ver desde lejos, el ardor de la lucha, y lo que antes me habría arrancado gritos de entusiasmo, me inspira sólo meditaciones tranquilas”. El desierto intelectual, la calma del retiro, le generan  este dolor, hastío y depresión que no le son connaturales, estos pensamientos y sentires melancólicos.

Cuando  viejo, incursiona  en una adelantada interpretación de la psicología y la filosofía de la llamada ‘tercera edad’. Se queja, acertadamente, con agudeza de observación,   en la Introducción a sus “Memorias militares y foja de servicios” (1884, Obras, t. 49) del desconocimiento de las nuevas generaciones respecto de la trayectoria y los esfuerzos de los ancianos, de esta manera ignorados y subestimados. Trae a colación en este texto primordial, esbozo de una Gerontología sarmientesca, un  escrito del comediógrafo griego, que alude a esta situación similar. “Si deseáramos una protesta contra estas exclusiones, iríamos a buscarla elocuente en la democrática Atenas, en aquello a que ha dado forma imperecedera Aristófanes con la misma mano que desgarraba a Sócrates y le preparaba con sus sarcasmos la copia de cicuta”. 

Acude pues a la historia, a la literatura, a las fuentes culturales de la Filosofía, y continúa. Es habitual que utilice como documentación de sus apreciaciones a hechos y personajes y obras escritas de la Antigüedad Clásica, que ilustran sus argumentos.

En 1875, y por el período legal de cuatro años, oficia  como Senador por su provincia natal. Nicolás Avellaneda, Presidente de la Nación (1874-1880). La oposición presenta un proyecto de amnistía para los implicados en la revolución del ’74, al final de su tempestuosa presidencia. Entonces defendió sus medidas represivas, fundamentando sus ideas de orden republicano. Su calurosa intervención generó la del médico y político Guillermo Rawson (1821-1890), su comprovinciano, quien lo atacó crudamente, con ‘torcidas’ intenciones,  sobre la cuestión del ‘Chacho’ Peñaloza y su asesinato (1863).

La barra al salir de la injusta e incómoda sesión lo insultó  indignamente. Él, vejado, irascible y a su vez sereno como  una estatua clásica, en la próxima reunión tomó la palabra (Obras, tomo 19: “Discursos parlamentarios”, II: “La barra y el Senado”). Argumentó, acusó, reflexionó brillantemente. Allí, como  Aristófanes en su comedia “Las Avispas” (fechada en 422 a.C., en realidad una crítica inteligente contra la Justicia de su época), realizó una defensa de la Senectud, del respeto y reconocimiento que la juventud le debe, y que sobre todo en los tiempos de crisis política y  moral se halla, por desgracia, ausente. “¿En qué país estamos?. ¿A qué tiempos hemos llegado?”, “...esto no es más que la depravación en que vive la juventud, el resultado de ideas perversas que se mantienen entre nosotros”.

Y reflexiona y conmueve: “Y es una pérdida para el país, que Uds. encadenen y humillen y vejen este espíritu que ha vivido sesenta años, duro contra todas las dificultades de la vida”.

“Yo diré a los que tengan la posibilidad de hablar con esos jóvenes, que no conocen la historia. Yo son don Yo, como dicen (...). Y no son los chiquillos de hoy día los que me han de vencer, viejo como soy...”.

Afirmación soberana de su Persona, de la fuerza, insospechada de la ancianidad, del valor contundente de la voluntad de vida y de la consecución de las propias ideas. Tenacidad y genio. El crítico Ricardo Rojas en su “El Profeta de la Pampa” (1945) estudia juiciosamente esta actuación del Senador, majestuoso y burlado con vileza. Y evalúa: “S:, el gladiador, no había sido volteado, aunque fue vencido en la votación; pero su lección quedó vibrando en muchas almas” (ob. cit., ed. 1962, p. 556).

En consonancia con la postura aristofanesca, nuestro Faustino censura la Injusticia, el desorden la demagogia imperantes, en la política de su tiempo,  El cáustico autor de “Las nubes” enjuició las doctrinas de los sofistas y su influjo pernicioso en la formación juvenil. Desde su primera comedia, hoy perdida, “Los convidados”, escrita y representada en su juventud (427 a.C.), es trascendente el tema pedagógico en  su literatura.

En la mencionada  “Avispas” ataca  los vicios del gobierno decadente de Atenas, como el sanjuanino lo hace en el episodio referido, en sus célebres discursos parlamentarios y a través de su última salida a la palestra en “El Censor” ante el desgobierno y corrupción de  Juárez Celman. Se afronta “cara a cara (con) el peligro” como el comediógrafo, declara  por intermedio del Coro y “manejando intrépido la clava de Hércules hubo de atacar a los mayores monstruos”, acometiendo audazmente la hidra del nepotismo, “aquella horrenda fiera, de dientes espantosos, ojos terribles...”.

Detesta  S. las manifestaciones  del populismo, adoptando una actitud fiscalizadora, así como en la comedia referida su creador abomina de lo mismo, concibiendo a Filocleón, personaje simbólico del voluble pueblo ateniense.

Según Albin Lesky, “en medio de la revulsión que ocurría a su alrededor, había conservado una sensibilidad alerta a las fuerzas de la tradición y la continuidad”,  (en su monumental “Hist. de la Liter. Griega”, 1976, p. 455).

Don Domingo, Aristófanes criollo, se convierte en  “denodado defensor que basó todo su ahínco en purgar de tales males a la Patria” como se define el mismo griego. Y procuró sembrar su nación de pensamientos de novedad y progreso civico.

Ambos defendieron  el decoro y sabiduría de sus altos años, en actitud  claramente noble, y también su cólera y su prédica normativa y afirmativa.

“La blancura de nuestros cabellos vence ya a la del cisne: (...) mi vejez vale más que los rizos, adornos y disolutas costumbres de muchos jovenzuelos”.

La venerable avispa del Coro griego, expresa las mismas ideas sarmientinas: “nosotros somos la gente ática, única verdaderamente noble y autóctona; raza valerosísima que tan insignes servicios prestó a la República, cuando el bárbaro...”.

“Ese Don Yo ha peleado a brazo partido veinte años, con don J. M. de Rosas, y lo ha puesto bajo sus plantas, y ha podido contener en sus desórdenes al Gral. Urquiza, luchando con él y dominándolo; todos los caudillos llevan mi marca”.

Ese combate, indecible y temerario, contra la Barbarie caudillesca, consumió los días del “soldado de la pluma y la palabra”.

Pues, como en la parábasis comparada: “Terribles éramos en aquel tiempo: nada nos amedrentaba. Y a nuestro valor se deben principalmente esos tributos que hoy derrochan los jóvenes”.

En su discurso de 1875 abomina S. de lo que las avispas griegas señalan: “Y es doloroso, ciudadanos, que quien nunca peleó, quien nunca se hizo una ampolla manejando el remo o la lanza en defensa de la república”, subestimen y desdoren la gloria de los héroes nacionales”. “He sido vejado, insultado...” afirma  el Senador glorioso, resentido.

En “Los acarnienses”, obra consagrado en el 425 a.C, la más antigua conservada, su autor refleja la decadencia patria  tras la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C., entre Esparta y Atenas), que  había sumido a toda Grecia en la destrucción y muerte, lejos de los triunfos célebres de Maratón (495-490 a.C.), de Salamina (480 a.C.), las Termópilas (480 a.C. la gloria de Pericles y la épica de los años de las Guerras Médicas, 492-479 a.C.), con la consagración de los grandes: Milcíades, Temístocles, Leonidas, Pausanias y Aristóteles.

Atenas se corrompe y debilita. Aristófanes concibe esta obra en pro de la Paz ateniense y denunciando el abandono de las ideales de moralidad pública y concordia nacional.

En el coro de ancianos del rústico Acarnania, habla el autor. “Veo desamparada nuestra vejez, sin que se nos alimente en compensa digna de los méritos que en las batallas navales contrajimos; en cambio, sufrimos mil vejámenes: nos enredáis en litigiosas contiendas y luego permitís que sirvamos de juguete a oradores jovenzuelos. Ya nada somos: mudos e inservibles, como flautas rajadas, un bastón es nuestro único apoyo...”.

Ése es el texto motivador de  la Introducción a las “Memorias militares” de 1884, y que el cuyano trascribe citándolo de “Las dos carátulas” (”Les deux masques”, 1880-1883, en 3 volúmenes, “Aristófanes” en el 2º vol.), de Paul Cubos, comte de  Saint Victor (1827-1881), crítico dramático, antes poeta y traductor de Anacreonte. Los  preferidos tópicos de la vejez subestimada, de la juventud vacua y  presumida, y del sentimiento patrio desnaturalizado.

Continúa el ateniense: “¿Es justo arruinar de este modo a un anciano, a un hombre encanecido, que sobrellevó con sus compañeros tantas fatigas, que vertió por la repúublica sudores ardientes”. Los versos griegos sostienen el razonamiento sarmientino: “..que el viejo desdentado litigue contra los viejos...Es necesario, perseguir a los malvados; pero en todos los procesos sea el anciano quien condene al anciano, y el joven al joven”.

La incomprensión y el desconocimiento de la juventud “mata al anciano blanco de canas, cuyo coraje salvó la patria en Maratón”.

Según el fragmento citado por S. en la Introducción al tomo 49 de sus Obras, “...como la opinión la forman los jóvenes que escriben en la prensa, si alguno dejó de mostrarse con hábito militar desde 1858, por ejemplo, como la opinión es joven, acaso de menos de veinte años, es de temer que en su horizonte no entren los sucesos ni los  ni los hombres de más de treinta: los de setenta pertenecerían a la historia antigua”.

Como “protesta contra estas exclusiones” proclama acudir a “buscarla elocuente en la democrática Atenas, en aquello a que ha dado forma imperecedera Aristófanes”, la fuente clásica que refuerza y frecuentemente ejemplifica sus pensamientos. Como resultado de estas actitudes anti nacionales, disconforme con “ciertos adelantos” de la Modernidad, que él mismo colaboró a cimentar, lamenta: “al cabo desaparecen de la vista los títulos y de la memoria la tradición”.

Con el desconocimiento de los esforzados méritos de los Padres Fundadores, la República está amenazada por el descrédito de su sistema de vida y de gobierno y quizá la disolución había amonestado, observa S. con dolor, con altura cívica ya en la Cuestión (Discurso Parlamentario de 1875). “Quiero dar conocimiento oficialmente (...)  de ocurrencias graves que amenazan destruir el sistema representativo por su base, a saber, la libertad absoluta y completa de la palabra, que la Constitución  y la naturaleza de las cosas mismas aseguran...” (loc. cit., t. 19).

VI.  Valoración.

La visión furista sarmientina, su ojo zahorí, reformista, en temas de Política, Sociología y Educación, recuerda el juicio apropiado de Saint-Victor en su “Las dos carátulas”: “Ataca por instinto a la falsedad y la maldad, olfatea las ideas morbosas y las doctrinas nocivas que corrompen a Atenas; su gusto acerado le delata la mentira y la perdición. Ve y juzga las cosas de su tiempo con la mirada lúcida de un hijo de Palas, -la de los ojos claros-“ (ob. cit., 4· parte, cap. II. 3, J. Gil ed., 2· ed., 1947, p. 460).

(léase sobre el moralismo auténtico aristofanesco y Sarmiento, a Virginia Erhart, “A. y la comedia”, “Capítulo Universal”, nº 68, CEDAL, 1970, p. 626; E. Martínez Estrada, “Volviendo a A.” , en su “En torno a Kafka”, 1967, p. 45-49; W. Jaeger, “Paideia”, p. 325-344; A. Reyes, Obras Completas, t. 13, p. 123-155; N. N. Dracoulidés, “Psychoanalyse d’Aristophane”, editions Universitaires). 
 

En su lucha “sine die” contra Rosas y la Barbarie multiforme, S. había hecho suyas las expresiones aristofanescas en “La Paz” (421 a. C.), modélico en su combate contra el absolutismo. “Esa bestia tenía la voz atronadora de un torrente, el olor de una foca, los muslos de una lamia y la grupa de un camello. A la vista de semejante monstruo, no retrocedí asustado, sino que, por vuestra salvación, por la salvación de los insulares, he luchado sin descanso contra él”. Esa “bestia” era una hidra de  muchas cabezas en  la epopeya sarmientina y campeó contra ellas a brazo partido. 

Profesaron, S. y A.  el ideal de los “Tiempos Heroicos” de la Nación, la “Buena Política) , “Diceópolis”, de los grandes motivos de la conducta y las hercúleas dotes personales, de conductores y héroes colectivos. Como después, otros dioses sarmientinos mayores, Catón y Cicerón, con respecto a la República romana.

En los “Viajes” S., desde Río de Janeiro, Brasil, en carta a Miguel Piñero, por una parte,  y Aristófanes en su “Las Tesmoforias” (411 a.C., del festival homónimo por la Fertilidad y su diosa Deméter, compuesta como excusa para vengarse de Eurípides, 480-406 a.C., quien en sus tragedias ataca a las mujeres atenienses), ridiculizan y parodian, critican  acerbamente  la poesía al uso, la oratoria romántica en la literatura (en Argentina, representada por Echeverría, 1805-1851, y por Mármol, 1817-1871) y en la griega, por la sofística de Agatón, (siglo V a. C.) el poeta trágico innovador,  de “La flor”, (y personaje  platónico).

Se encarnizan ambos contra la “promesa de la lengua, no del pensamiento” según señala Eurípides en su “Hipólito” (V. Fatone, “Filosofía y Poesía”, I, Biblos, 1994).

Para S., sólo es auténtica poesía, “una gran cosa, un noble trabajo”, aquel arte que extrae sus tipos de “las entrañas, dirémoslo así, del hombre y de la sociedad” (Obras Completas, “Artículos  críticos y literarios”, t. II;  “Ortografía castellana”, t. IV; y “Carta-Prefacio “ de B. Mitre, en sus “Rimas”, 1854), una literatura “regeneradora”  del cuerpo social y político de la Nación.

Aristófanes acusa en su obra las imperfecciones morales de Agatón y su indeseable reflejo en sus versos débiles, a los que imita subestimándolos. Así como el sanjuanino no aprueba la estética de la poesía de “Cantos del Peregrino” y otros autores, sin sentido “práctico”, inadaptados para un Continente en estado de Barbarie, que necesita una urgente acción civilizadora de su clase ilustrada. 

Ambos parangonados están comprometidos calientemente con los intereses y problemas de su medio. Descartan retóricas vanilocuas y tecniquerías, en pos de un significado moral y nacional del Arte.

“Un solo consejo le daré, aprendido muy a mi costa. ¨Cuidado con la personaª. Siempre la persona, que me ha hecho, me hace y me hará tanto mal en este mundo, el más burlón de los mundos imaginables”, así ve e interpreta S. al Cosmos, aristofanescamente, en carta a José Mármol (el proscripto liberal, novelista y poeta romántico, Obras de S. tomo 52).

Esta visión del Universo, entre rabelesiana y aristofanesca,  posee un claro sabor crítico. El ridículo temido y anulador, la mirada “ad hominem”, el vituperio subestimador, la burla sangrienta, abonaron la médula de la vida y obra sarmientina, desgastaron sus días. Significaron su goce en la contienda y también, bipolarmente, su dolor. 

Ha señalado el fino escritor Marcos Victoria (1901-1975) que a veces la acritud del temperamento sarmientino, su violencia, ímpetu destructor de su lengua temible, su “barbarie”,  han dificultado a los prójimos la apreciación justa de su extraordinaria genialidad, de su inteligencia suprema. La indignación extrema, el patetismo de su cólera, frecuentemente, su exagerado amor propio, su “vanitas” y ansia de gloria,  “mataban en él lo cómico”.

No obstante esas juicios precisos, no oscurecen su  “a ratos delicado humorismo”, su “juguetona superioridad”, “su ingénita seriedad” y sobre todo su paradigmática humanidad, intensa y ejemplar. (”Ensayo preliminar sobre lo cómico”, 1958, p. 112).

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